El Evangelio de Pedro


Hasta finales del siglo XIX, el Evangelio de Pedro era conocido sólo de nombre por referencias patrísticas, especialmente por una carta del obispo Serapión de Antioquía (finales siglo II). Éste había permitido a la comunidad de Rosus, en una visita, el uso del evangelio de Pedro; pero más tarde revocó el permiso epistolarmente porque fue informado de que algunos pasajes daban pie a interpretaciones docetistas. Esta información nos la da Eusebio (260-340 d.C.) en Historia Eclesiástica 6,12,1-6.
En invierno de 1886-1887 fue hallado en Akhmim (Alto Egipto), en el ataud de un monje cristiano, un fragmento extenso de un evangelio cuyo narrador en primera persona era Pedro; el fragmento fue publicado en el año 1892. Este manuscrito (un códice pergamináceo) , procedente del siglo VIII o IX, ofrece el Evangelio de Pedro difundido en Siria el año 200 d.C. Este códice presenta sólo una sección de la obra original. No obstante, la ornamentación que figura tanto al principio como al final nos indica que que el copista del códice copió todo el texto de que disponía.
Se discute si dos papiros hallados en Oxirrinco son o no fragmentos en griego de este evangelio de Pedro. Se trataría, por un lado, del papiro Oxirrinco 2949, y, por otro, del papiro Oxirrinco 4009, que dataría del siglo II. Se esta identificación fuera correcta, ello atestiguaría la difusión del texto de dicho evangelio en Egipto durante los siglos II y III. En concreto, el papiro POxy 2949 nos permitiría afirmar con seguridad que el evangelio de Pedro fue escrito antes del año 200, probablemente entre los años 100 y 150.
El fragmento de Akhmim contiene únicamente el relato de la pasión de Jesús, desde el lavado de manos de Pilato. Narra, además, la sepultura y la guardia del sepulcro, la resurrección ante testigos, el hallazgo del sepulcro vacío por mujeres y el regreso de los discípulos a Galilea. No se conserva el resto del contenido de este evangelio de Pedro.
Se considera que este evangelio apareció en la primera mitad del siglo II. En concreto, los especialistas señalan que el evangelio de Pedro es posterior al año 70 d.C., pues presupone la destrucción del Templo. De otro lado, no puede datarse más tarde del año 190, pues este es el año de la carta del obispo Serapión a la que antes hemos aludido. En cuanto al lugar de aparición, los indicios apuntan a Siria. No obstante, existe un grupo de estudiosos (en particular Crossan) que proponen para el evangelio de Pedro una datación extraordinariamente temprana, entre los años 50 a 70. Esta posición es minoritaria: la posición más fundamentada sitúa la redacción entre el año 100 y el 150.
La relación del evangelio de Pedro con los evangelios canónicos es discutida. En 1893 Adolf von Harnack se manifestó en favor de la independencia básica, mientras que otro autor (Thedoror Zaahn) en mismo año defendió la independencia absoluta de este evangelio respecto de los canónicos.
En la actualidad los investigadores siguen sin estar totalmente de acuerdo:
-Para unos (Köster) las coincidencias entre el evangelio de Pedro y los evangelios canónicos se deben a unas tradiciones comunes, aunque de distinta elaboración. Según este autor, el evangelio de Pedro experimentó un proceso redaccional bastante tardío, pero el fondo de lo transmitido es independiente de los evangelios canónicos y representa a menudo la forma más antigua del relato de la pasión. Parecida es la opinión de J.D. Crossan, para quien el evangelio de Pedro contendría el núcleo más antiguo de tradiciones de la pasión y resurrección (el «evangelio de la cruz», en expresión de este autor).
-Para la mayoría (que siguen en esto a Dibelius), el evangelio de Pedro presupone los cuatro evangelios canónicos. Aunque puede contener algunos elementos muy primitivos, fundamentalmente el evangelio de Pedro se limita a ampliar el texto de los evangelios de Mateo, Lucas y Juan.
En cualquier caso, se considera que el valor histórico de este evangelio de Pedro es escaso. Delata una crasa ignorancia de las circunstancias de Palestina en tiempo de Jesús, de las fiestas y usos tardíos y del derecho vigente, unida a una fuerte actitud antijudía.
La conclusión más segura sobre el Evangelio de Pedro (como señala Jhon Meier, citando los análisis de Vaganyar y McCant) es la siguiente: este texto es una mezcla de tradiciones tomadas de los Evangelios canónicos y reelaboradas en el siglo II por la memoria y la viva imaginación de unos cristianos que repetidamente habían oído leer y predicar los Evangelios, por lo que no ofrece especial acceso a ninguna tradición independiente sobre el Jesús histórico.
Como señala Hans Hoseph Klauck, los intentos de encontrar en el evangelio de Pedro el estrato más antiguo de la tradición de la pasión «no se sostienen cuando se examina detenidamente el texto». De la misma opinión es Craig A. Evans, para quien este evangelio es «una obra tardía, no temprana», por lo que «no es aconsejable usar este fragmento evangélico para la investigación sobre Jesús».